El combate de los 30

Es vox populi que durante la Edad Media, plagada de conflictos bélicos, el honor durante la batalla era muy importante. Uno de los mejores ejemplos sucedió el 27 de marzo de 1351, en el llamado «El Combate de los 30».

En plena Guerra de Sucesión bretona, un grupo de soldados capitaneado por Robert Bemborough (a favor de Inglaterra), y otro liderado por Robert de Beaumanoir (apoyado por Francia), estaban a punto de enfrentarse en una batalla que tenía pinta de dejar muchos muertos. Ambos ejércitos estaban a la par en fuerza, número de hombres y armas. Para evitar una masacre, Beaumanoir desafió al otro líder en un duelo: quien saliera victorioso, ganaría el conflicto. Pero los soldados no aceptaron esta solución: odiaban tanto a sus enemigos, que querían ver sangre, y además no iban a permitir que sus jefes dieran la vida por ellos. Se negoció entonces que cada bando eligiera a 30 de sus mejores soldados (líder incluido) para que sólo ellos participaran en el combate.

Unos pocos se sacrificaron por los demás
Unos pocos se sacrificaron por los demás

Y no sólo pactaron el número de contendientes, sino también las armas: sólo se permitirían espadas, hachas, lanzas y una especie de dagas llamadas misericordias. Incluso, poco tiempo después de iniciarse la lucha, ésta se paró para dar un descanso a ambos equipos, y contabilizar bajas. Todo terminó cuando Bemborough cayó junto con ocho de sus hombres, por lo que el bando inglés se rindió.

Este episodio, a pesar de que estaba en juego un terreno bastante pequeño, fue uno de los más famosos de la época, sobre todo para sus protagonistas, que fueron considerados como los máximos exponentes de la caballerosidad. Los supervivientes ganadores fueron galardonados, y se realizaron cuadros y canciones en conmemoración.

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